‘Me da exactamente igual si
te acuestas con él y luego acudes a mí para purgar los excesos de vuestras
pasiones. Que con el paso de los años hayas optado, incluso, por darme la
espalda y no me mires a la cara. Me da igual.
No te reprocho que por las
mañanas no me acaricies como hacías antes. Soy consciente de que la rutina
quema y deprime a partes iguales. Qué me vas a contar a mí, que llevo más de
veinte años entre estas cuatro paredes.
Y tengo motivos de sobras
para echártelo en cara. Nadie te conoce y te entiende como yo, lo sabes. Hay
confianza suficiente como para que me cuentes qué te pasa. Pero ni siquiera eso
te reprocho.
Si me duele que hayas
cambiado no es por nada de todo esto. Tú no eras así, lo sabes perfectamente. Tú
eras una mujer con actitud y carácter, ajena al qué dirán. Y ahora… Ahora te ha
dado por rasurarte. Por creerte
más joven. Ahora, justamente ahora, cuando empiezan ya a salirte canas. Eso es lo
que no te perdonaré nunca. Tú no eras así’.
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