Las diferencias de género
entre chicas y chicos son más que evidentes. No, no estoy hablando de la
capacidad pulmonar o la resistencia física de unas y otros, ni tampoco de quién
tiene más pelos en las piernas, no. Yo me refiero a algo más importante: la
forma de ser.
Líbreme Dios de generalizar,
algo que considero totalmente injusto porque no es justo. Ahora bien, tengo el
virtuoso defecto de fijarme en lo que me rodea y extraer conclusiones.
Erróneas, es posible, no digo que no, pero conclusiones al fin y al cabo. Y
como la contraseña de este blog sólo la tengo yo, pues aquí únicamente son
publicables mis conclusiones.
La forma de ser, decía, es
algo que nos diferencia entre el sexo masculino y el femenino. Yo tengo ya una
edad y, digamos, no se podría contar con los dedos de la mano las veces que he
salido con mis amigos. Para salir hay que arreglarse, ¿o no? Pues igual no lo
creéis, pero a mí ningún amigo me ha dicho nunca, por ejemplo, qué bien me
queda esa camiseta. No sólo eso sino que si lo ha hecho, mientras lo hacía le daba con el codo al que tenía al lado y le guiñaba un ojo, extrayendo
yo, una vez más, una conclusión: mi camiseta le parecía una puta mierda. Estaba
siendo sarcástico, pero me lo estaba siendo a la cara.
Teniendo en cuenta que acabo
de hablar de los chicos y ahora voy a empezar con las chicas, seguro que más de
una y más de uno ya empiezan a intuir lo que intento decir.
Hay amigas y amigas, no nos
engañemos. Hay amigas que sólo lo son porque sus respectivos novios SÍ son
amigos, y luego están esas amigas que se cuentan las cosas y/o han ido juntas a
algún concierto de Alejandro Sanz, por poner un ejemplo (ilustrativo).
Cuando una amiga –del primer
grupo, sobre todo, aunque no sea una afirmación excluyente- le dice a otra que
le gustan mucho sus zapatos, en realidad piensa que, aunque sea muy difícil
descifrarlo en su rostro (esto es un arte y por eso habría de ser felicitada),
los suyos son, como mínimo, mil veces mejores (‘y seguro que le han costado una
pasta y yo me los he comprado en el Primark’, pensará al mismo tiempo). La
interlocutora tal vez se huela algo, pero automáticamente quiere pensar que no, que lo dice en serio. Eso sí, por si
acaso, sólo por si acaso, le dirá que a ella le sientan de maravilla esos
pendientes (‘del mercadillo, seguro’, apostillará para sí).
Las chicas son más listas
que los chicos, no me cabe duda. Yo a mis colegas los pillaba enseguida cuando
se reían de mis camisetas. A una chica es muy complicado darle caza en este
sentido. Cuando opina sobre los zapatos, el peinado o, por qué no, el escote de
una rival, su cara ofrece un
semblante indescifrable, al más puro estilo Mona Lisa.
Y si los estudiosos de medio
mundo no han podido desvelar todavía si la modelo de Leonardo da Vinci reía o
no, ¿qué podemos esperar de una choni del siglo XXI?
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