martes, 11 de diciembre de 2012

Lo imposible es que haya tenido tanto éxito

Pongo la radio. Comienza el programa La ventana, en la Cadena SER. Y empiezan hablando del inminente estreno de Lo imposible. Diez minutos poniendo por las nubes todo: guión, actores, director… Tienen allí a Carlos Boyero, crítico de cine de El País de casi sesenta años, toda una institución que nada más ser preguntado suelta: "La primera media hora de Lo imposible es cine en estado puro como no he visto en muchos años”. Pienso: ¡Coño! Que es Carlos Boyero.
Ese fin de semana vamos un montón de amigos a ver la película. La publicidad ha hecho estragos y hemos de hacer una cola interminable. Entramos, cogemos buenos sitios y a ver qué pasa. La película empieza muy bien, he de reconocerlo: el hotel en el que transcurre la primera parte de la película es precioso.
Luego llegan la señora ola y los efectos especiales. Nada del otro mundo, a mi humilde entender, teniendo en cuenta que hace más de 20 años ya de Terminator 2.
“¿Ésta es la primera media hora de vértigo de la que hablaba Carlos Boyero? Pues no sé yo…”, me pregunto mientras engullo palomitas. “Voy a darle un poco más de margen, a ver”, me respondo sorbiendo SevenUp.
Y lo que viene después, pues no sé cómo decirlo. La familia Belón queda diseminada por Tailandia tras el tsunami; pero claro, luego son ellos, los cinco, los que han contado la historia a Juan Antonio Bayona, el director. Hay un momento en que crees que la madre ha muerto; pero claro, luego son ellos, los cinco, los que han contado la historia a Juan Antonio Bayona, el director. Se extravían los dos hijos pequeños; pero claro, luego son ellos, los cinco, los que han contado la historia a Juan Antonio Bayona, el director. Es decir, vamos a ver… ¿Dónde cojones está la intriga? Y eso por no hablar de la historia en sí, que no tiene ningún tipo de interés.
Una cosa sí que he de reconocer. Hubo momentos en que se me humedecieron los ojos... Sí, lloré, ¡qué pasa!... Pero lo que quiero decir es que eso me pasa con las películas de los domingos a las cuatro de la tarde de Antena 3. Y NO ES PRECISAMENTE CINE EN ESTADO PURO. Y diré más: el director, consciente de que su película ha costado una pasta y que por sí misma no iba a tener ningún tipo de tirón, tira -valga la redundancia- constantemente del tocamiento de fibra ajeno para impresionarnos. Ya sabéis, ¿no? Escenas tiernas acompañadas de música sensiblona, esa música que nos avisa de que tenemos que empezar a llorar. Que nos dice: ¡Ahora! ¡A llorar! Y así, querido tocayo, no; así no, Bayona. Eso no está bien y lo sabes.
"Oye, pues si ha tenido tanto éxito por algo será". Claro, es verdad. Pero por esa regla de tres, como también he escuchado por ahí, los McDonald’s serían los mejores restaurantes del mundo, ¿no?
Se da el caso que el fin de semana siguiente estuve en una fiesta ochentera en la sala Demonix, en Hospitalet de Llobregat, con mi amigo David Bravo. Ya en la pista, me dice David que mire al que pincha, que es el hermano de Juan Antonio Bayona, el director de Lo imposible. Suerte que David mide metro noventa y me sujetó, porque yo estaba dispuesto a subir allí, tirarle el cubata en la tabla de mezclas y gritarle que le dijese a su hermano que me devolviese el dinero de la entrada de cine, que me sentía estafado por él, por la Cadena SER y por el mismísimo Carlos Boyero. Que estaba convencido de que la productora había soltado, yo qué sé, 10.000 euros por esos diez minutos de radio hablando de su TELEFILME y que a Carlos Boyero, por decir lo que dijo, igual otros mil.
Pero me calmé. Y, ¡qué coño!, un cubata es un cubata. Que vale casi tanto como una entrada de cine, ojo.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Vivir por encima de tu puta madre

Mi amigo Kevin José tiene 28 años y no consiguió sacarse la ESO. No consiguió sacarse la ESO, es cierto, pero en cambio es un experto en macroeconomía. Y de los buenos, además; de los que hacen del bien una causa y ponen en ello todo su empeño.
Kevin José, aunque pudo, como todo el mundo, no compró piso, sino que lo alquiló. Experto, como digo, en macroeconomía, era consciente de que tarde o temprano pasaría algo.
Con nosotros se ponía muy pesado. Nos decía que no pidiésemos tantos créditos, que no nos embarcásemos en la aventura de comprar una vivienda de 300.000 euros, que pensásemos en el futuro, que alquilar era más sensato. Que si no veíamos la tele, nos preguntaba; si no prestábamos atención a los informativos, en los que tanto políticos como banqueros, día sí, día también, ofrecían ruedas de prensa advirtiendo del peligro de endeudarse hasta las cejas. En las que auguraban un cambio drástico de tendencias y que, más pronto que tarde, todo esto podría saltar por los aires.
Y, como dice mi madre, "en efeto". Todo esto saltó por los aires.
No prestamos atención, es cierto. Y ahora hemos perdido el trabajo y la casa, y hemos ganado deudas, deudas y más deudas como consecuencia de haber pedido créditos, créditos, tantos créditos.
A mí me da vergüenza ir a una sucursal bancaria y mirar a la cara al director. Me avergüenzo de no haber seguido sus consejos. Ni siquiera soy capaz de acudir a un mitin político por miedo a que el candidato me vea entre el público, me señale con el dedo y grite: “¡Os lo dije!”.
Cuánta razón tienen al afirmar que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Pero si yo me siento realmente mal conmigo mismo, avergonzado, es por no haber seguido los consejos y las advertencias de Kevin José. Ni las ruedas de prensa de políticos y banqueros.

jueves, 1 de noviembre de 2012

¿Prohibido reírse de la Semana Santa?


Ayer… ¿Ayer? Sí, ayer, ayer mantuve un pequeño debate en Facebook sobre si era lícito o no reírse del circo que se monta en nuestro país cada vez que llega la Semana Santa. Si me conocéis lo suficiente, habréis llegado a la conclusión inmediatamente, sin consultar la Wikipedia ni utilizar el comodín de la llamada, de que yo soy de los que se ríen. Y mucho.
Aquellos a los que no les parece bien que yo me ría alegan que hay que ser respetuoso con las creencias de la gente, de los católicos en este caso, religión mayoritaria en nuestro país. Con el catolicismo, algo tan especial para ellos y para mí tan poco. 
Líbreme Dios, al hilo del tema, sin embargo, de no respetar las creencias de nadie, ni de ponerlas en cuestión ni de nada por el estilo. De la misma manera que ellos habrían de respetarme a mí cuando, si algo me hace gracia, se me escape la risa. Cuando en pleno siglo XXI, por ejemplo, alguien reniega del uso del preservativo. ¿O acaso no es gracioso?
Pero yo voy un poco más allá y les pongo un ejemplo a los católicos practicantes. Imaginad que yo un día hago un chiste sobre, no sé, los buñuelos de bacalao, y hay alguien para el que los buñuelos de bacalao suponen algo muy especial y no tolera mis bromas. ¿Qué hago? ¿Me disculpo? Si tengo que disculparme -no hay problema- exigiré, eso sí, al Ministerio de Interior, al Tribunal Supremo o a quien corresponda que publique inmediatamente en el BOE una lista sobre lo que se puede bromear y sobre lo que no se puede bromear en este país. Y así un servidor no volverá a dar más pasos en falso.
Un católico volverá a alegar: ‘Hombre, no me puedes comparar un buñuelo de bacalao con la Semana Santa’. Y, ¡ajá!, ahí es donde yo quería llegar. Es decir, ese católico se cree con la exclusividad en cuanto a creencias y sentimientos. O dicho de otra manera: un muñeco de escayola que recibe vítores y aleluyas a su paso vale más y merece más respeto que un buñuelo de bacalao. Él pide respeto por lo suyo pero no le tiene ninguno a los que sienten algo por tan rico producto de la freiduría patria.
Y es que te tienes que reír sí o sí, ¿o no?

jueves, 11 de octubre de 2012

Delirios de un bidé

‘Me da exactamente igual si te acuestas con él y luego acudes a mí para purgar los excesos de vuestras pasiones. Que con el paso de los años hayas optado, incluso, por darme la espalda y no me mires a la cara. Me da igual.
No te reprocho que por las mañanas no me acaricies como hacías antes. Soy consciente de que la rutina quema y deprime a partes iguales. Qué me vas a contar a mí, que llevo más de veinte años entre estas cuatro paredes.
Y tengo motivos de sobras para echártelo en cara. Nadie te conoce y te entiende como yo, lo sabes. Hay confianza suficiente como para que me cuentes qué te pasa. Pero ni siquiera eso te reprocho.
Si me duele que hayas cambiado no es por nada de todo esto. Tú no eras así, lo sabes perfectamente. Tú eras una mujer con actitud y carácter, ajena al qué dirán. Y ahora… Ahora te ha dado por rasurarte. Por creerte más joven. Ahora, justamente ahora, cuando empiezan ya a salirte canas. Eso es lo que no te perdonaré nunca. Tú no eras así’.


lunes, 8 de octubre de 2012

Estás estupenda (o no)

Las diferencias de género entre chicas y chicos son más que evidentes. No, no estoy hablando de la capacidad pulmonar o la resistencia física de unas y otros, ni tampoco de quién tiene más pelos en las piernas, no. Yo me refiero a algo más importante: la forma de ser.
Líbreme Dios de generalizar, algo que considero totalmente injusto porque no es justo. Ahora bien, tengo el virtuoso defecto de fijarme en lo que me rodea y extraer conclusiones. Erróneas, es posible, no digo que no, pero conclusiones al fin y al cabo. Y como la contraseña de este blog sólo la tengo yo, pues aquí únicamente son publicables mis conclusiones.
La forma de ser, decía, es algo que nos diferencia entre el sexo masculino y el femenino. Yo tengo ya una edad y, digamos, no se podría contar con los dedos de la mano las veces que he salido con mis amigos. Para salir hay que arreglarse, ¿o no? Pues igual no lo creéis, pero a mí ningún amigo me ha dicho nunca, por ejemplo, qué bien me queda esa camiseta. No sólo eso sino que si lo ha hecho, mientras lo hacía le daba con el codo al que tenía al lado y le guiñaba un ojo, extrayendo yo, una vez más, una conclusión: mi camiseta le parecía una puta mierda. Estaba siendo sarcástico, pero me lo estaba siendo a la cara.
Teniendo en cuenta que acabo de hablar de los chicos y ahora voy a empezar con las chicas, seguro que más de una y más de uno ya empiezan a intuir lo que intento decir.
Hay amigas y amigas, no nos engañemos. Hay amigas que sólo lo son porque sus respectivos novios SÍ son amigos, y luego están esas amigas que se cuentan las cosas y/o han ido juntas a algún concierto de Alejandro Sanz, por poner un ejemplo (ilustrativo).
Cuando una amiga –del primer grupo, sobre todo, aunque no sea una afirmación excluyente- le dice a otra que le gustan mucho sus zapatos, en realidad piensa que, aunque sea muy difícil descifrarlo en su rostro (esto es un arte y por eso habría de ser felicitada), los suyos son, como mínimo, mil veces mejores (‘y seguro que le han costado una pasta y yo me los he comprado en el Primark’, pensará al mismo tiempo). La interlocutora tal vez se huela algo, pero automáticamente quiere pensar que no, que lo dice en serio. Eso sí, por si acaso, sólo por si acaso, le dirá que a ella le sientan de maravilla esos pendientes (‘del mercadillo, seguro’, apostillará para sí).
Las chicas son más listas que los chicos, no me cabe duda. Yo a mis colegas los pillaba enseguida cuando se reían de mis camisetas. A una chica es muy complicado darle caza en este sentido. Cuando opina sobre los zapatos, el peinado o, por qué no, el escote de una rival, su cara ofrece un semblante indescifrable, al más puro estilo Mona Lisa.
Y si los estudiosos de medio mundo no han podido desvelar todavía si la modelo de Leonardo da Vinci reía o no, ¿qué podemos esperar de una choni del siglo XXI?





sábado, 6 de octubre de 2012

Tomar las cosas en serio

Como quiera que... Joder. Tú empiezas un escrito diciendo 'como quiera que' y parece que vayas a postular sobre política, religión, ciencias exactas o, por qué no, fútbol. Y la gente que te lee piensa instantáneamente: 'Este chico... Ojo con él, ¿eh?... Parece que...'. Parece. Parecer. Apariencia.
La apariencia, las formas de hacer o decir las cosas, es fundamental. Es muy importante impactar, para bien o para mal, a la gente. Si la gente es impactada se torna maleable a más no poder; es sencillísimo entonces traerla a tu terreno y hacer con ella lo que te venga en gana -siempre, evidentemente, dentro de los márgenes que establece el Código Civil; y si no es posible por hache o por be, por lo menos dentro de los del Código Penal.
Qué mejor ejemplo que la mendicidad. Cualquiera ve a un señor con chaqueta y pantalón de pinza pidiendo en una esquina y como que no. Le falta algo. Le falta lo que los publicistas llaman gancho. Ahora bien, si al mendigo sigue faltándole algo, pero en este caso hablamos ya de las piernas a la altura de las rodillas, pues estaremos de acuerdo en que empezamos a tomarlo en serio. ¿Sí o no? Es decir, estamos ante un mendigo de manual, un mendigo que se ha ganado a pulso su parcela en cualquier esquina. Un mendigo que tú te crees, si bien no quiere esto decir que le vayas a dar ni los buenos días, que una cosa tampoco quita la otra. La credibilidad y el mérito nunca han ido obligatoriamente unidos al reconocimiento, al beneficio, al dinero merecido. Un mendigo sin piernas es un buen ejemplo, como también lo son las cúpulas directivas de buena parte de las grandes empresas españolas. Aunque ese es otro tema.
Como quiera, decía, que mi desequilibrio mental no remite, que los visos de que ha decidido quedarse son más que acusados, no me ha quedado más remedio que crear otro blog. La idea es que sea algo terapéutico, catártico, donde ir regurgitando lo que me pase por la cabeza y yo considere, asesorado por el equipo de ocho psicoanalistas al que acudo una vez por semana, que no es adecuado mantenerlo dentro. Yo estas cosas me las tomo muy en serio. Hay pensamientos que si se enquistan en tu cabeza, se gangrenan y pueden llegar a ser incluso letales. Bueno, sin ir más lejos, de ahí la frase 'hay tumores que matan'.