Estoy haciendo un máster. Sí, yo. Yo. Con 36 años, sí. Un máster.
Estoy haciendo el Máster en Periodismo de viajes. Sí, con 36 años. Yo, sí.
Para poner en situación, y coqueteando con el título de esta entrada, diré que soy el único calvo de la clase. Sí, yo. 42 alumnos. Sólo un calvo. Yo. 36 años. El mismo.
¡Qué viejo soy, la puta que me parió! El espíritu, aquello que yo creía que era lo único que me quedaba de los noventa, parece que también envejece. Me di cuenta el otro día en clase, en una conferencia. Porque es que voy a clase. Estoy haciendo un máster, no sé si lo he dicho.
El conferenciante, una eminencia (en serio, u-na-e-mi-nen-cia), nos preguntó al finalizar su discurso qué proyectos teníamos pensados para cuando acabásemos los estudios en los que estábamos implicados.
Mis compañeros (sobre todo ellas) empezaron a contar qué iban a hacer. Todos, TODOS, proyectos muy interesantes. El 90% de mis compañeros, eso sí, y quizá me quedo corto, están más cerca de los veinte que de los treinta.
Me di cuenta enseguida de que me hago mayor. Yo no me he planteado todavía qué voy a hacer al acabar el máster. Yo sólo sé que quiero escribir y que mataría -si tiene que ser a traición, pues oye, estoy dispuesto incluso a hacerlo- con tal de que me publiquen algún día.
Me di cuenta rápidamente de que me hago mayor. Yo a la edad de mis compañeros también tenía proyectos y quería hacer mil cosas. Y al terminarlas, empezar con otras mil. Pero claro, son 36 los años que tengo ya. Llevo trabajando desde los doce; y en "lo mío", desde los 27. Quieras que no, la edad y un trabajo más o menos estable te aburguesa, te instalas en una dinámica del ir haciendo que, ahora, tras conocer los proyectos de algunos de mis compañeros, me he dado cuenta de que no es nada edificante. Y algo voy a tener que hacer.
¿Alguien sabe dónde hacen buenos peluquines?